Una mujer rubia (My sin)
Un relato de misterio de Pepe Calvo
Primero fue Francis Ford Coppola. Un mes más tarde Martin Scorsese y hoy, dos meses después del primero y uno del segundo, David Lynch. Uno por mes, a este paso… A Francis Ford lo encontraron al medio día en el Valle de Napa californiano al sol de sus viñedos. A Marty lo descubrieron a media tarde, estaba tumbado sobre la moqueta de una de las habitaciones de su piso de Nueva York leyendo un libro, llevaba puesto un hábito de sacerdote, y a Dave, poco después de la medianoche, desnudo, sobre el tejado de su casa de Hollywood, rodeado de palomas negras. En la casa de sus vecinos más próximos, en Mullholand Drive, había una fiesta donde sonaba Blue Velvet en la voz de Bobby Vinton.
La noticia ocupaba la portada de los grandes informativos. Desde que comenzaron los asesinatos, la primera plana de todos los diarios del país no hablaba de otra cosa. Todos los medios de comunicación se ocupaban del asunto con grandes y exhaustivos reportajes que traspasaban los límites de la crónica negra. Era la noticia más importante. En todas partes se hablaba de ello, era el tema de conversación de todo el mundillo del cine. Titulares que hubieran también podido utilizarse como títulos de películas de serie B, tan previsibles y tan faltos de imaginación como “El cine americano está de luto”, “Hollywood llora la muerte de tres de sus más célebres directores” o “Adiós a tres reyes del cine”, “Una mano negra se ceba en Hollywood”, “Los cinéfilos de todo el mundo lloran”… Todo el país estaba conmocionado y el resto del mundo tenía los ojos puestos en los Estados Unidos de América que con la sorprendente desaparición de estos pilares de la cultura convertían estos hechos en una impactante noticia que superaba en interés a otras que siempre habían estado en primer lugar como la política o el deporte. Cada día aparecían nuevos reportajes que ponían una luz diferente en el caso.
En Manhattan, en un lujoso apartamento del Upper East Side, un hombre aterrorizado contempla la televisión donde una locutora de rostro insulso y cabellos rubios recogidos en un moño, con voz monótona está dando una noticia:
En la pasada madrugada se ha encontrado, en el interior de un taxi, el cadáver del célebre director cinematográfico de origen hindú afincado en Estados Unidos M. Nigth Shyamalan. Al llegar el vehículo a su destino el taxista observó que su cliente estaba muerto. El autor de películas de terror y suspense había tomado el taxi en Madison Square junto al edificio Flatiron pasadas las tres de la madrugada para dirigirse al edificio Dakota en la calle 72. Según el testimonio del conductor, al llegar a Columbus Circus, una mujer cruzó bruscamente por delante del vehículo lo que le hizo detenerse violentamente, el pasajero bajó del automóvil y estuvo charlando unos minutos con la mujer. Era una hermosa rubia de menos de cuarenta años, muy bien vestida, con un traje sastre color gris. Cuando ella se alejó, Mr. Shyamalan entró nuevamente en el taxi y pidió al conductor continuar la carrera. Al llegar a la dirección acordada y observar que el pasajero no se movía de su asiento, abrió la puerta lateral del coche y le encontró muerto, con la cabeza hacia atrás y los ojos abiertos, toda la camisa blanca manchada de sangre. Un fino estilete, cual medallón, le atravesaba la garganta. El interior del coche estaba impregnado de un fuerte olor a perfume… My sin, el antiguo perfume creado por Jeanne Lanvin en 1925 aparecía nuevamente.
– ¡Otro más! –murmuró en voz alta Robert Tuthankamon.
Inmediatamente un hombre entró en la habitación.
– ¿Va todo bien?
– Si, puedes retirarte, dejadme solo, ¡joder!
… en su mano guardaba un pequeño mechón de cabellos rubios sujeto con un lazo de terciopelo negro. El director de películas tan sorprendentes y exitosas como “El sexto sentido”, “El bosque” y “El incidente” será incinerado la próxima semana, una vez realizada la autopsia, en una ceremonia privada que se celebrará en Filadelfia, ciudad donde creció, por expreso deseo de la familia…
El cenicero, repleto de colillas, fue estampado contra la pared por la nerviosa mano de Robert Tuthankamon. El hombre entró de inmediato empuñando un arma.
– ¿Va todo bien?, ¿hay alguien con usted en la habitación?
– Si, todo correcto. No hay nadie conmigo, ¿no ve que estoy solo?…, envíe a alguien que recoja los desperfectos.
Ahora ya no hay duda… la gran sospechosa es una mujer rubia… pero ¿quién es esa mujer?, ¿una demente?, ¿por qué lo hace?, ¿qué sentido tiene hacer esto?, se preguntó Robert Tuthankamon para sus adentros. Ahora ya sabía que una mujer rubia era la causante de que llevara tantas noches en vela, de que su sistema nervioso estuviera alterado, de que hubiera elevado la ingesta de alcohol y consumiera un buen montón de cigarrillos cada día. ¿Qué motivos tendrá para hacernos esto?, porque a mí también me tiene en su lista, si se está cargando a los mejores directores del cine americano, ¿cómo no voy a estar yo que soy el más grande? ¿Qué pasa con la puta policía de este país?, ¿es que no pueden detener ya de una vez a esa maldita rubia?, ¡seguro que es ella!, ¡una loca!, ¡a saber los argumentos que tiene para matarnos!, además hace puesta en escena, el perfume, el mechoncito de pelo que como sea de ella misma, pronto se quedará calva. Se debe de creer una artista… debe ser una fracasada, actriz o aspirante a directora que se le han torcido los tornillos… a mí que ni se acerque, yo aún tengo mucho que decir, además un autor como yo, que estoy renovando el lenguaje cinematográfico sería una pena desaparecer en este momento. Mis últimas películas son buena prueba de mi grandeza, mis films nacen como clásicos contemporáneos, ¿cuándo se ha visto eso?, una película necesita el poso del tiempo para hacerse clásica pero no sé que pasa conmigo, con mi método de trabajo, que una obra mía se convierte en cine clásico desde el primer instante que sale a la luz o más aún, diría yo, desde el mismo momento de su concepción, es mi modo de trabajar, yo soy así, no sé cuál es la fórmula, no sabría explicarlo, sale de dentro de mí, no lo he aprendido, esto no puede aprenderse, así soy yo, ¡un genio!, no hay una escuela para genios, o eres un hombre gris o eres un genio y ser un genio es lo que me ha tocado. No es fácil vivir con ello, pero lo llevo bien hasta que ha aparecido la rubia, esa loca que quiere liquidarme a mí también, aunque no lo conseguirá. Por eso he reforzado mi sistema de seguridad. Es imposible que pueda acceder a mí. He puesto alarmas por toda la casa. Tengo dos hombres en la calle, tres en la puerta de la planta, otro más que no se mueve de la entrada de la habitación donde me encuentre y varios que circulan por toda la casa, todos ellos conectados por un circuito privado, vivimos en un piso cincuenta y siete con ventanas cerradas herméticamente. No es fácil meterse en mi vida. Cuando salgo a la calle todos mis guardaespaldas vienen conmigo y me rodean al caminar. ¿Cómo va a acercárseme?, es imposible. Por eso debo tranquilizarme, pues desde que ella ha aparecido en escena me he vuelto un histérico, he dejado mi casa de Connecticut y a toda mi familia y me he venido aquí, a este apartamento donde nadie podría localizarme. La histeria no es buena para un genio, debo tranquilizarme, si no mi sensibilidad no va a resistirlo. Los genios estamos hechos de otra pasta. Desde que esto está pasando llevo conmigo un maldito presagio que no me abandona, debo tomar pastillas para dormir, bebo y fumo sin parar. Tengo que hacer malabarismos para que no me tiemblen las manos y las piernas. El miedo ocupa todo mi cuerpo. A la hora de dormir el Zolpidem ya no me hace efecto, sólo la Biblia parece relajarme, sus maravillosos capítulos consiguen hacerme olvidar todo esto, sus hermosos pasajes más grandes que la vida, los mejores argumentos que jamás se hayan escrito están aquí. Un día deberé ocuparme de ellos y llevarlos al cine. Aquí aparecerá la que sin duda será la más grande de mis obras.
He comprado un frasco de My sin, lo huelo a menudo para familiarizarme con su aroma. Rocío con él mis manos y paso toda la tarde aspirando ese olor infame. No me gusta su fragancia, huele a lujo decadente, a flor mustia, a nausea, a interior de sepulcro, a delirio luctuoso. Aroma de exterminio, aroma de tránsito… de expiración… Debo habituarme a su olor para salir corriendo tan pronto lo olfatee a mi alrededor. Me da asco pero he de acostumbrarme a él.
Voy a comer al Minetta Tavern en el East Village. No es lugar el adecuado al que debería ir en este momento, está siempre lleno de gente del show business, todo lleno de celebrities, ¡un horror!, pero a Georges le encanta, siempre va allí. Georges Travis es mi guionista y prácticamente no sale de allí y cuando sale va borracho y con compañía sensual femenina directamente a su apartamento a representar alguna escena de “El extraño caso de la mujer con el clítoris en la garganta” o “Colegialas con asignaturas pendientes”. Por eso va al Minetta, pues además de la buena bodega y la buena comida, la clientela femenina está al mismo nivel y todas gotean por debajo de la falda. Mujeres jóvenes, bellísimas, de sinuosas curvas, que podían aparecer en las páginas centrales de la revista Playboy en pelotas, aspirantes a actrices que vienen a la ciudad llegadas de sus pueblos, directamente desde las granjas, a conseguir su hueco en la vida, dispuestas a todo por lograr sus sueños. Travis, con su cara de ángel bonachón y sus genitales de malvado Lucifer les abre los brazos, les promete el oro del moro y luego el moro desaparece con el oro.
– ¡Robert!, no te había reconocido, ¿eres tú realmente?, ¿pero qué te has hecho?
– Just for men.
– ¿Y eso?
– Con la que está cayendo y lo preguntas… he de pasar desapercibido, Georges
– ¿Y eso?
– Estoy sentenciado, Georges.
– ¡Bah!, ya sé a que te refieres, ¡exageras!, ¿dónde está esa cabellera plateada que te daba ese aire bíblico, santurrón? –comentó él, riendo en voz alta. Una carcajada chillona, de las que me tiene acostumbrado.
– ¿Cómo voy a exagerar? –dije en tono confidencial-. Sólo me he teñido el pelo y me he dejado barba, no ves que están cayendo todos, uno a uno, ¿quién dice qué el siguiente no podría ser yo?… no levantes la voz, Georges, ¡habla bajo! –le ordeno.
Mientras vemos la carta, me señala a las guapas mujeres que se encuentran en el local, aquellas que le han sonreído y con las que pasa todo el tiempo que permanecemos en el local desplegando maniobras seductoras. Yo sólo me fijo en sus cabellos, hay un sinfín de morenas oscuras, castañas y pelirrojas y sólo veo tres mujeres de cabello rubio, las tres van acompañadas por hombres. Ninguna de ellas tiene aspecto de asesina, visten con vulgaridad y no tienen ningún atractivo físico.
– Calla, Georges, así no se puede uno concentrar, nos va salir un desastre…
– Pero que dices, Robbie… ¡estas irascible!… es así como lo hacemos siempre, ¿de que vas hoy, tío?, no se puede trabajar contigo en el estado en que estás… ¡hombre!, esto lo pulo yo luego en el silencio de mi estudio, ¡si lo sabes!, además, si hubiera algún fallo de guión con la técnica lo enmascaramos, la técnica es ahora lo más importante, ¡si lo sabes!, ¿que importan las palabras?, la apabullante tecnología actual lo cubre todo, man, ¿te lo tengo que recordar?, ¡si lo sabes!.
No me ha sentado bien la comida, estoy cansado, no me concentro en el trabajo, no ha sido una buena idea venir hoy al Minetta Tavern. Mi digestión es pesada, siento sopor, me cuesta levantarme. Cuando voy al guardarropía a recoger mi abrigo hay una joven entregando sus prendas a una pareja, él productor, ella aspirante a actriz, no me gusta esperar, me pone nervioso, pero con disimulo lo acepto, contemplo el interior, veo los percheros alineados con los abrigos colgando de sus perchas, los hay de todos los colores pero abunda el color negro… al fondo hay una mujer con un traje gris sastre, permanece tras la última hilera, parece más bien esconderse, me mira con la mitad de su rostro asomándose desde la última prenda colgada, como sigilosa, su cara me recuerda a Suzie, pero no es ella, no puede ser ella… un aroma decadente de perfume corrompido inunda el espacio, conozco bien ese perfume… entonces la veo encaminarse en dirección a mí, veo sus rubios cabellos, lleva algo en la mano, ¿quizá un frasco de My sin?… Nooooo… mascullo para mis adentros. Sus pisadas son rápidas… y yo estoy allí plantado, inmóvil, contemplándola sin poder moverme, respirando el nefasto aroma del diablo, intentando hacer una señal a mis hombres pero no consigo mover las manos, mis brazos están pegados al tronco, mis piernas flaquean y una taquicardia invade mi pecho, cuando consigo apartarme de la ventana del guardarropía estoy temblando, en mi cara debe haber una expresión de locura. Inmediatamente dos de mis hombres entran precipitadamente y se llevan a la mujer rubia por la puerta de atrás, levantándola por los aires en silencio como algo visto y no visto, impecable como en un truco de prestidigitación, la rubia ni rechista pues el primer paso ha sido ponerle un pañuelo con una droga adormecedora instantánea. Ha sido un trabajo tan silencioso e impoluto que ni la joven que atiende el guardarropa se ha debido dar cuenta. En el callejón, otro de mis hombres espera con un coche, introducen allí a la mujer que pretendía asesinarme, posiblemente ya con el cuello roto. Ella no ha sentido nada. Estaba dormida.
La noche pesa sobre Manhattan con registros misteriosos y poéticos en blanco y negro, sus calles están vacías, sólo un taxi cruza calles y avenidas atravesando la espesa tiniebla que flota en el ambiente. No se ven luces en las ventanas de los rascacielos, toda la ciudad duerme. En el interior del taxi, un único pasajero, estrangulado por un estilete que atraviesa su cuello, se diría que lleva un medallón aferrado a su garganta. El hombre tiene los ojos en blanco, inundados de niebla, un último reflejo le hace abrir la boca para derramar un derroche de sangre oscura sobre su pecho. El taxista no parece darse cuenta y sigue avanzando… cuando despierto con una horrible presión en el cuello, palpo mi pecho creyendo que está manchado de sangre…
A la mañana siguiente leo en la prensa que el cadáver de una mujer rubia, vestida con un traje sastre gris, ha sido hallada flotando en las frías aguas del río Hudson bajo el puente de Brooklyn. La noticia ocupa la mitad de las primeras planas de los periódicos. En la fotografía reconozco a la mujer que estuvo ayer a punto de eliminarme. Leo el texto, la describen como una joven de 22 años de origen danés que se ocupaba de atender el guardarropía del Minetta Tavern. Esta descripción me desconcierta. Siempre creí que todas las pistas giraban alrededor de una mujer de cuarenta años. Leyendo la noticia, un molesto tic aparece en mi párpado izquierdo… insistiendo hasta que consigue mover mi ceja… cada minuto que transcurre me resulta más incómodo. Después de una hora ha invadido mi cara haciéndola temblar espasmódicamente.
Siete días después, un nuevo asesinato ocupa la atención de los medios de comunicación, esta vez se trata de Steven Spielberg, the blonde woman rises again. Pido a uno de mis hombres que me traiga una botella de whisky y me la bebo entera. Entre el alcohol y el Zolpidem me paso dos días enteros durmiendo. Cuando despierto no soy yo, no me reconozco en el espejo, las ojeras ocupan todo mi rostro que es tan blanco como el mármol. Apenas como, no salgo de mi apartamento, Georges Travis me ha llamado varias veces pero no estoy para nadie, no quiero escuchar su voz enérgica y chillona. Cuando no duermo estoy delante del televisor… esperando otra noticia.
Infinitas extensiones de mar aparecen en la pantalla…
Welcome to the Mediterranean sea.
Una melodiosa voz femenina habla de las bondades de la costa mediterránea, de su sol, de sus playas. El clip nos muestra sus ciudades, escenas de su cultura, sus casinos, su vida nocturna… En una frase: El Paraíso. Un paraíso de luz.
Tuthankamon no es mi auténtico apellido, es un apelativo. Así me llamaba Suzie, la chica a la que mas he amado, mi primer amor, la llevo siempre en el recuerdo. Nuestro amor fue breve pero intenso y me marcó de por vida. Ella hablaba siempre de mi gran parecido con el faraón Tutankamon de la XVIII dinastía egipcia, decía que yo sería tan grande como él. Éramos tan jóvenes, tan inocentes, que su recuerdo me llena de ternura. Sus dotes de visionaria suelen erizar mi piel. También se eriza mi piel y no puedo evitar el llanto cuando recuerdo su imagen hundiéndose en las aguas del lago en el que nos bañábamos. Mi padre… ¡oh, mi padre!, ¿como pudo tener esa idea?, me acusó… no quiero ni recordarlo, mi padre era un hombre mezquino. Desde el incidente nunca más he vuelto a verle. Cambié mi apellido y adopté Tuthankamon, intercalando una h para americanizarlo y restarle reminiscencias egipcias.
Llegamos al hotel a media tarde, hemos tomado otro avión que en una hora nos ha llevado hasta una ciudad mediterránea de la que me es imposible recordar su nombre, sólo me acompañan dos “protectores”, aquí no necesito más. No quiero que anden pegados a mí, que no me pierdan de vista, pero con distancia, no quiero llamar la atención. Me siento bien, como un hombre normal, respiro cómodamente, me siento ligero, con energía. Estoy feliz. El peligro ha pasado. La rubia asesina ha quedado velada. Estoy fuera del terreno de su juego diabólico.
Recibo la visita de la directora de los estudios de cine Casa de la Lus o Ciudad de Lus, no lo sé bien, soy un desastre para los nombres en español. Ella es una mujer bellísima, hermosa hasta decir basta, una mujer con letras mayúsculas. Tan pronto veo su natural aire seductor incorporándose, viniendo hacia mí y estrechando mi mano, observo sus cabellos castaños con mechas de color rubio y lanzo mi olfato a deambular a su alrededor, en su cara aparece un mohín de incomprensión esgrimiendo una sonrisa práctica. Huele muy bien, es un aroma diferente a My sin, un perfume fresco y moderno, lo que debe llevar por la mañana una mujer de hoy. Me siento fascinado ante sus maravillosos ojos que lucen en un perturbador rostro que podría figurar en una antología de los rostros más fabulosos del cine. Es como la joven Faye Dunaway, como Sharon Stone, como Corine Nilssen o Monica Bellucci… Aunque tengo la convicción absoluta de que toda mujer lleva una puta dentro, a ella no se le nota. Ella es una ejecutiva, sabe hacer bien su trabajo, es inteligente, tiene don de gentes, una gran amabilidad y simpatía además de una exuberante silueta que despierta mi libido dormida y sólo pienso en pegarle un buen polvo. La invito a almorzar, me relaja estar con ella. Acepta. Durante la comida no me concentro en la conversación, sólo pienso en lo buena que está y en esas tetas que asoman por su escote. Después del café se marcha alegando tener mucho trabajo, estrecha mi mano cuando yo quisiera estrecharla entre mis brazos. La acompaño hasta su coche, la acompañaría hasta la ciudad… la veo alejarse con un vehículo conducido por un chófer. La veré próximamente, cuando visite los estudios. ¿Qué hace está mujer en este apartado rincón del mundo cuando podría ser la reina del cine? Al trabajar en la Ciudad de la Luz se ha apropiado de toda la luz. El poder infinito de su escote me acompañará toda la noche.
Llevo toda la mañana trabajando, intentando dar forma a una idea en el argumento de la controvertida familia inmortal pero no lo consigo. Mi mente va de un lado a otro y no me permite concentrarme. Me sudan las axilas y las manos, siento ansiedad, necesito salir y eso hago.
Necesito abrazar el calor de una mujer, desde que comenzaron los asesinatos me abandonó la libido pero ahora ha regresado de nuevo con maneras tiranas. Bajo andando al pueblo más cercano, Beenijoorme o algo así es su nombre, tardo algo más de una hora en hacer los cuatro o cinco kilómetros que lo separan del hotel. Llego a una gran playa de arena blanca que está desierta, hace muy mal día, parece que estoy en la costa de Bretaña en vez de en el Levante Mediterráneo. Camino por un paseo entre el mar y una avenida con mucha circulación rodante. Por la otra acera veo a mis dos hombres atentos a mis movimientos. A lo lejos se ve la Villa, cuyo perfil me recuerda a Sicilia. Deambulo por sus callejuelas desiertas como las de una medina árabe modernizada con sus tiendas de souvenirs vacías. Comienza a caer una fina llovizna que salpica los cristales de mis gafas ahumadas; llego a un mirador y ante mi vista aparece el mar embravecido que ruge insistentemente la misma abrupta sinfonía, detrás de mí hay una iglesia de cal blanca con un alto campanario que se diría una iglesia mejicana, entro en ella y un sacerdote ofrece a sus fieles el oficio de la misa. No estoy interesado en el servicio religioso en este momento, sólo la curiosidad y el guarecerme de la lluvia me ha hecho entrar. Camino por uno de los laterales de la nave principal y mis pisadas suenan contra las losas de mármol a pesar de mi pretendida sutileza, el sacerdote me mira y me hace una indicación con la cabeza para que tome asiento, cruzo el arco de la columnata y le obedezco haciendo la señal de la cruz y sentándome en el primer banco que encuentro. Llega el momento de la comunión y algunos de los fieles asistentes se acercan al altar para recibir el manjar de la sagrada hostia donde se halla el cuerpo de Cristo. Miro fijamente a una de las mujeres, es de pequeña estatura, lleva el pelo recogido debajo de un velo de encaje negro que le llega hasta el inicio de la espalda, camina suavemente pareciendo no tocar el suelo, cuando se arrodilla delante del cura sus caderas dibujan un arco lleno de sensualidad. Una vez recibido el sacramento se incorpora y por el pasillo central se dirige a su asiento, cuando pasa cerca de mí veo claramente que se trata de la mujer de las lágrimas que vi en el salón del hotel, camina con los ojos cerrados y suspira levantando sutilmente los hombros, no lleva apenas maquillaje, su piel aparece sin artificio suave y tersa. Me da un vuelco el corazón… espero que termine la misa, hago la señal de la cruz nuevamente y salgo detrás de ella. En la puerta un taxi la espera, entra en él cabizbaja sin darse cuenta de mi presencia, un instante después el vehículo se aleja bajo la insistente lluvia. Deseo más que nunca estar cerca de ella, hablarle, acariciar sus manos…
Paso toda la mañana trabajando. El paseo de ayer me sentó muy bien, hoy estoy sumamente inspirado y consigo que encajen todas las ideas de mi argumento. Leo y releo todo lo escrito, es una sobredosis de genialidad. El personaje principal femenino ya tiene cuerpo, no puede ser otra que Julianne Moore, no concibo que sea otra actriz, hemos intentado trabajar juntos varias veces pero nuestras agendas no eran afines, ahora es el momento, tengo que llamarla por teléfono y ver cuando está disponible, en esta ocasión seguro que nos ajustamos, mataría por trabajar con ella y ella también mataría por hacerlo conmigo, estoy convencido de ello. Me gustaría conocerla íntimamente y unir nuestros lazos. Es una actriz excepcional de extrema belleza, lo que yo llamaría una belleza intelectual, que además de ser sexy tiene una recamara inteligente. La inteligencia no es un don muy común en la mujer pero he de reconocer que algunas mujeres se parecen a los hombres, Julianne es buena prueba de ello.
Cuando llego a su altura ella se asusta al verme, me siento a su lado saludándola con mi mejor sonrisa, pero no debe de haber escuchado mis palabras debido al ruido, un monstruo alado pasa volando por encima de nuestras cabezas, casi rozando nuestros cabellos, ella se asusta y se abraza a mí apoyando su cabeza en mi pecho pero inmediatamente la retira. Ambos miramos al frente… cuando salimos al exterior, ella me mira con sus ojos transparentes y me pide que me marche, lo dice en español; me quedo quieto sin saber que responder y entonces es ella la que se marcha dejándome con el rostro contrariado. Me fijo en sus andares, pisa el suelo como si flotara, con elegancia, aparenta ser menuda pero estoy convencido que si llevara un tacón alto no lo parecería. Recorro el parque pero no consigo volver a verla, cuando empieza a oscurecer los altavoces anuncian el inminente cierre. Salgo a la puerta y espero hasta que llegan dos romanos y la cierren. Es de noche cerrada y regreso al hotel. Parece que alguien me sigue, puede que sea ella… me vuelvo pero no alcanzo a ver a nadie, está muy oscuro. Se ha vuelto un frío húmedo, me he quedado helado en ese parque. Bajo por las oscuras avenidas que se iluminan de improviso con los faros de algún coche que pasa. Al girarme nuevamente veo a mis dos hombres que me alcanzan, bajamos juntos los tres hasta el hotel, no quiero comentar nada con ellos sobre la mujer a la que he seguido.
No pude dormir en toda la noche. Hacia las once de la mañana bajé a recepción a preguntar por ella, me dijeron que se hallaba en perfecto estado descansando en su habitación. A primera hora de la tarde me telefoneó, escuché su voz hablando un inglés perfecto. Me daba las gracias por haberla socorrido y me citaba en el restaurante a la hora de la cena.
– Llevamos charlando un montón de tiempo y todavía no le he dicho mi nombre, me llamo María López.
– Un placer, María, mi nombre es… -no me había preparado para ello, no había inventado todavía un nombre para mí, estuve a punto de decirle mi nombre verdadero pero pensé que era mejor ocultarlo y dije el primero que se me ocurrió-… Paul… Tra… Travis, de Boston, tengo negocios editoriales, vine a Madrid por asuntos de trabajo… alguien me habló de este hotel y sentí curiosidad por conocerlo, la verdad es que se está muy bien aquí, dispone de toda la tranquilidad que necesito en estos momentos… -ahora se trataba de desviar la conversación, de momento todo lo que quería comentar sobre mí ya estaba dicho- ¿por qué viaja sola, María?
– Es una larga historia… -dijo escondiendo su mirada-, digamos que una situación adversa me ha traído hasta aquí… este lugar también está lejos de los míos, aunque no estoy tanto como usted –esbozó una ligera sonrisa y me miró apartando la mirada rápidamente de la mía-, mi familia vive en Asturias. Mi destino era otro, quería perderme en algún lugar anodino de África pero pasé dos días de un lado a otro circulando con un coche de alquiler, no sabía que hacer, estoy enferma y en el momento más inesperado puedo sufrir un ataque pero me arriesgué, no sabía que hacer… sólo me atraía la carretera, pensaba que si ponía los pies en el suelo conseguirían dar conmigo enseguida, un día pasé por aquí y vi el hotel y aquí me quedé. Es un hotel extraño… no parece real. Nunca imaginarían que podría meterme aquí, esto es el culo del mundo para ellos, aquí no me encontrarán… pero no puedo estar aquí toda mi vida… no sé que hacer…
Al decir esto suspiró profundamente, fue entonces cuando ví unas lágrimas asomar por sus ojos y rodar sutilmente por sus mejillas.
– No podía estar sola, necesito de tu compañía, Paul.
Me levanté y la estreché entre mis brazos, ella permitió este contacto rodeando mi cintura. Me dejé llevar por una corriente de sensaciones que despertaban en mí. Puse mi cabeza en su cuello, mis labios rozando su piel, mi respiración era suave, la suya agitada. Tenerla entre mis brazos era un auténtico milagro. No sé cuanto tiempo permanecimos así, hasta que María rompió nuestro abrazo, se separó de mí para mirarme fijamente, una extraña luz desprendía su rostro, no sabría decir si de alegría o de tristeza, con una expresión que no podía definir me dio la espalda y se alejó, sólo pude llamarla… María… no te vayas… pero no quiso escucharme.
– Tengo miedo –dijo ella
– ¿Por qué tienes miedo?
– Tengo miedo… un miedo que se ha hecho crónico, desde hace tiempo me siento así, no es bueno para una mujer sentirse perseguida… he estado siempre acosada por ese hombre que se casó conmigo, el mayor error que he cometido en mi vida, le he hablado tantas veces de divorcio pero no accede y ahora ya es imposible ni siquiera plantearlo…
Hizo una pausa y miró el vuelo de una gaviota que pasó cerca, parecía que su relato había finalizado pero yo sabía que no, quizá yo no tenía derecho a saber más.
– Si quieres hablar… estoy aquí para ayudarte, María, no hago más que pensar en ti, para mí es muy importante haberte conocido, creo que me estoy enamorando de ti.
– Yo también creo estar enamorada de…
No llegó a terminar la frase, el llanto apagó sus palabras. La abracé y ella apoyó su cabeza en mi hombro. Mis labios vagaron sobre la piel de su cuello, ella comenzó a temblar. Tuve la impresión de que iba a morir si no besaba inmediatamente sus labios y así lo hice, nos dejamos caer sobre los escalones, sentía mi saliva entrar en su boca mientras mi lengua acariciaba su paladar. Me hubiera quedado allí hasta el amanecer, abrazado a ella pero María sugirió regresar al hotel, parecía estar huyendo constantemente. La noche hacía resaltar las luces de la costa.
– La otra tarde en las escaleras, junto al mar, estaba muerta de miedo, sin saber por que me vino a la mente Juan Carlos, mi marido, Juan Carlos es un ser terrible, le gustaría matarme, ya ha intentado estrangularme más de una vez, pero sé que no va a hacerlo pues eso le complicaría la vida, pero quiere hacerme algo peor. Está empeñado en hacerme ingresar en un hospital psiquiátrico, lo tiene todo preparado, hace años que me estoy dejando manejar por él, sin darme cuenta de lo que era capaz y me vi en consultas de médicos… tomando fármacos que no necesito, su desprecio es lo que me ha vuelto loca, por sus desmanes me he sentido una inútil, ahora que he escapado me siento más cuerda que nunca lo estuve. Tenemos dos hijos que estudian en Oxford, fue idea de él que se fueran lejos, así evita testigos, yo al principio me desplazaba a menudo a Inglaterra para verles, pero ahora llevo todo un curso sin visitarles, según él, mi estado no me permite viajar. Tenía que marcharme, no podía quedarme allí y soportar todo el daño que él iba a hacerme…
Se quedó en silencio y me miró… en sus ojos había una carga insondable de tristeza. Tomé sus manos y las besé, guardándolas entre las mías. Cuando salimos al jardín, por iniciativa suya, la tarde emitía sus últimas luces. Los pájaros componían la canción del crepúsculo armonizando sus sonoridades cadenciosas que al integrarse unas con otras se fundían en una sinfonía perfecta.
– Me crié con mi abuela, mi madre falleció cuando yo era bien pequeña, mi padre con su fábrica ya tenía bastante, siendo muy pequeña me mandó con mi abuela a la que apenas conocía. Vivía en Nueva York, así que allí me crié, todo mi bachi llerato lo estudie en la gran manzana, ella era un ser adorable, una mujer de mundo. Se quedó viuda muy joven y se puso a trabajar con empresas norteamericanas, al fin tuvo que dejar Oviedo e irse a vivir a Estados Unidos; posiblemente hayas oído hablar de ella, fue una mujer muy famosa, Gloria Herráez, una gran diseñadora de modas. Ella me educó y me quiso cuando yo más lo necesitaba. Ha sido la persona que mas me ha querido, ¡no sabes cuanto la echo de menos!, cuando no iba al colegio me llevaba consigo cada vez que viajaba, estuvimos en Paris, en Londres, Milán… viajé con ella hasta Japón, Australia… nos teníamos la una a la otra, ella no había vuelto a casarse, yo era más que su nieta… su hija… -el recuerdo de su abuela enturbió su mirada- pero no me porté bien con ella, creo que le fallé… cuando conocí a Juan Carlos para mí no hubo nadie más que él. Vine unas vacaciones a ver a mi padre a Oviedo y nunca más regresé, yo apenas tenía dieciocho años cumplidos, él trabajaba en la fábrica, tenía un cargo sin importancia pero andaba siempre delante y detrás de mi padre, un arribista, pero yo no me daba cuenta de esas cosas. Me enamoré de él en cuanto le ví, no sé que tenía ese hombre que por él he olvidado hasta quién soy. Me descubrió el sexo y me volvió loca de amor y deseo, a partir de entonces fui su esclava. Mi felicidad duró poco tiempo después de la boda. Creo que él jamás me amó. Me llevaba más de diez años y lo que buscaba en mí era otra cosa diferente al amor: dinero y bienestar social. Iba recubierto de una capa encantadora pero tenía una trastienda cruel y mezquina aunque la sonrisa no abandonaba jamás sus labios. Ahora maneja todos los bienes de la familia, mi padre tuvo un accidente y se quedó postrado en la cama, como un vegetal, Juan Carlos tomó las riendas de todo, quiere deshacerse de mí porque yo le estorbo para sus planes, tiene una amante… o más de una, no es un hombre de fiar… yo no tengo a nadie, consiguió alejarme de todos… hasta de mis hijos. Soy un estorbo para sus planes… no sé si he dejado de amarle, pero no es esa la cuestión… -hizo una pausa, un silencio que no quise interrumpir-. No sé que hacer con mi vida, no sé donde está mi lugar en el mundo, ¿debo regresar y permitir que haga de mí lo que quiera?, si al menos mi abuela estuviera viva, ella no lo permitiría.
– No, María, no vas a regresar. Presiento que mi vida va a cambiar contigo, eres diferente a cualquier mujer que haya conocido antes… eres tan distinta… la mujer que he esperado toda mi vida.
Aquella noche la acompañé a su habitación. Me hubiera gustado tanto que me permitiese entrar, pero no accedió a mi insinuación de pasar la noche juntos.
– ¿Es sólo sexo lo que quieres de mí?
Yo me quedé atónito. No esperaba esta pregunta. No se ajustaba en absoluto a lo que yo quería de ella. Hubiera preferido que alegara una súbita jaqueca, cualquier cosa excepto esa idea.
– Los hombres sólo buscáis que la mujer os complazca sexualmente, quiero un hombre que me ame de verdad. Nunca me han amado…
Al decir esto me dio la espalda y entró en su habitación. Yo me quedé varios minutos en la puerta esperando que ella cambiara de idea y saliera para invitarme a entrar. Pero esto no sucedió.
Mi primer pensamiento al despertar fue María. Telefoneé a su cuarto pero no respondió. Después del desayuno bajé al salón principal y ocupé un sillón con un periódico entre mis manos, más atento a su posible aparición que a las noticias que tenía delante de mi vista, cuando pasó más de una hora estaba tan nervioso como un colegial, el periódico estaba arrugado, sus páginas descompuestas y el sudor de mis manos había absorbido la tinta dejando mis dedos pegajosos.
– No puede ser… ¿Está usted segura?
– Si, completamente, abonó su cuenta y se marchó.
– Pero, no es posible, asegúrese… por favor. –Insistí, me estaba saliendo de mis casillas.
– Discúlpeme, señor. Se lo estoy diciendo, la señora María López dejó el hotel esta mañana.
– Pero habrá dejado alguna nota para mí, mire bien, por favor.
– Lamento comunicarle que la señora López no dejó ninguna nota.
– Mire bien, se lo ruego, ha debido de dejar algo para mí.
– No señor, no dejó nada para usted, lo lamento, estoy segura de ello, yo misma la atendí, lo siento, señor.
Me sumí en un estado de shock. Era algo inesperado, nunca podía imaginar que María fuera capaz de abandonarme de esta forma. Pensar en no volver a verla me sumergía en un estado de ansiedad. Con ella se había ido toda mi energía. Mis pulmones se habían quedado sin aire, me sentía como una rueda fuera de circulación, deshinchada. No podía ser real. Esto no estaba ocurriendo, ella no podía haberse marchado. ¿Seguía huyendo de su marido o ahora huía de mí? Quizás su marido la había encontrado y había tenido que salir corriendo o quizá se había marchado con él. Bajé a recepción nuevamente para cerciorarme de esto pero una vez allí no me pareció procedente indagar más sobre su partida.
– ¡María!
Entonces, súbitamente, la luz de la habitación se apagó.
– ¡María! –volví a gritar como si me estuviera ahogando, con desespero.
Entonces me dirigí a su encuentro, caminé por el hotel sin encontrarme con nadie como era habitual. Golpeé con los nudillos la puerta de la habitación de María diciendo su nombre, rogando que me abriera pero mi voz pareció no ser escuchada pues no contestó. Al poco rato de llegar a mi dormitorio sonó el teléfono, descolgué el auricular y pregunté quien era, sólo había silencio al otro lado del hilo telefónico, volví a insistir y entonces escuché su voz, hablaba bajo con voz trémula, como temiendo ser escuchada.
– ¿Paul?… ¿e-eres tú?
– Si… ¿María?
– Si, soy María…
El silencio nos invadió otro momento más, entonces fui yo quién lo rompió.
– ¿Por qué te has marchado, María? –lo dije por decir pues no sabía si tenía derecho a hacerle esta pregunta.
– Lo importante es que he vuelto, Paul, ¿no crees?, he tenido mucho miedo… miedo de no volver a verte.
– Ábreme la puerta, quiero estar contigo, necesito verte.
– Yo también necesito verte, Paul, necesito tu abrazo, tus besos…
– ¡Oh, mi amor! –dije enfebrecido- ¡quiero que seas mía! –ella suspiró al oírme decir esto- en un momento estoy en tu cuarto, ábreme la puerta, no tardo nada, cariño.
– No, Paul, no… mejor voy yo a tu habitación, dame unos minutos y allí estaré, voy a ser tuya esta noche, amor mío. Espérame, no tardo, en unos instantes estoy ahí contigo, espérame, mi amor, no tardo.
Ella cepilla sus cabellos, que ahora son rubios claros, recogiéndolos en un moño que hace más voluminosa la parte trasera de la cabeza. Lleva un panty transparente que la hace parecer desnuda. Se ha quitado las lentillas azules que cubrían sus ojos marrones claros, color de la miel; el cristalino desprende un brillo que dota a su mirada de una inusitada fascinación potenciada por una espesa máscara de pestañas. Ha cambiado el maquillaje que otorgaba palidez a su rostro por otro que la hace parecer más radiante. Busca en la maleta, abierta sobre la cama y toma un sujetador negro de encaje que hace resaltar sus redondos y perfectos senos. Abre el armario y toma una percha donde se haya colocado un traje sastre color gris, el traje se estrecha sobre sus formas marcando insolentemente su silueta. María López ha dejado de ser María López. Cubre sus pies con unos zapatos de alto tacón de fina aguja de metal plateado de más de nueve centímetros. Del tocador toma un frasco de My sin y pulveriza su perfume alrededor de su cuello y en el interior de sus muñecas. La que fue María López se ha transformado en otra. Ahora es ella misma, María ya no existe. Cierra la puerta de la habitación y sale lentamente pero firme. Mientras camina por el pasillo se coloca unos guantes de piel azul cobalto. Tiene una cita con un hombre y no debe faltar. Por el pasillo en que se encuentra la suite donde se aloja él, andan merodeando los dos guardaespaldas. Le da un vuelco el corazón, todo estaba saliendo tan bien que se había olvidado de ellos. Da media vuelta y reflexiona como actuar, decididamente no va a poder entrar por la puerta. Pero ella es una mujer con recursos, una mujer que no se detiene ante nada. Abre una ventana que da a la cara exterior del edificio y se quita los altos tacones, por medio de un tejadillo de algo más de media docena de metros que recorre lentamente, pegada a la fachada, llega a la terraza de la suite donde se encuentra su objetivo. Levanta su estrecha falda hasta las caderas para tener mayor movilidad en las piernas, cruza la barandilla y se coloca nuevamente los tacones. Sin hacer ruido entra en el dormitorio, el hombre está de espaldas a ella sentado en un diván con un vaso de whisky en la mano contemplando la pantalla de la televisión que emite un programa concurso muy ruidoso, hay música, campanas y hombres y mujeres que ríen y bailan, público que aplaude constantemente, en fin, un programa muy animado al que no parece prestar demasiada atención pues tiene una expresión soñolienta, se le nota nervioso, no deja de mirar el reloj que lleva en su muñeca, tose sin cesar. Con un solo movimiento ella corre la cortina, repentinamente él se gira y la ve de pie en el centro de la habitación, recortada sobre el telón beige. Se levanta sorprendido.
– ¿Quién es usted?, pero… ¿qué quiere?, ¿por dónde ha entrado? –el hombre retrocede sorprendido ante la presencia de la mujer rubia. Ella se acerca cada vez más.
– ¿No me reconoces, Robert Tuthankamon?
– ¿Robert Tuthankamon?, yo no soy Robert Tuthankamon, ¿qué hace aquí?, ¿qué quiere? –dijo él olfateando a su alrededor. –Ahora están frente a frente a pocos centímetros de distancia.
– Si, huele… huele, ¿a ver si aciertas a que huele?, ¿conoces este aroma?, ¿a que nunca oliste nada igual? -dijo ella al mismo tiempo que clavaba un estilete en su cuello, dejando una especie de medallón en su garganta.
El hombre cayó sobre la alfombra que amortiguó el sonido del impacto.
Así se termina nuestro amor, Robert Tuthankamon… la muerte nos ha separado, ¿romántico, eh?
¿Te ha gustado mi interpretación?
¿Verdad qué me darías un papel ahora?
Pero no puedes… estás bien muerto… igual que todos los otros… en mi vida no he hecho más que castings y siempre me rechazasteis, nunca tuve derecho a interpretar el más mínimo rol, soy una fracasada pero mi fracaso tiene un precio… ahora tú ya sabes cual es… mordiste el anzuelo, ¿realmente no sabías que este amour fou que sentías por mí iba a llevarte a la perdición?, ¿no lo sospechaste en ningún momento?… claro que no lo sabias, no te hubieras dejado arrastrar… Te enamoré sin pretenderlo, yo quería liquidarte a la primera y dejarme de pamplinas pero tus guardaespaldas aparecían siempre… ¿no te dabas cuenta?, ¡claro que no!, estabas ensimismado contemplándome con ojos de borrego, acariciándome sin cesar, ¡la de besos que me diste!, ¡era agobiante!, no podía resistirlos, tu aliento es nauseabundo, tú no eres mi tipo para nada, me dabas asco, esa boca de labio leporino, la piel sonrosada como la de un cerdo, esa mirada abyecta, ¡no tienes sex appeal!, serás un director de cine célebre pero te falta morbo, se te adivina flácido, hombros estrechos y caderas anchas, ¡qué cuerpo!, ¿eh?, ¿adonde vas así?, vistes fatal y ¡ese tinte de pelo!, no sé que te sienta peor si el cabello cano o esa especie de ala de cuervo sobre la cabeza, ¿qué mujer se puede rendir a tus pies?… yo no.
No sabes como me reía para mis adentros cuando me decías que conmigo tu vida iba a cambiar… y tanto que ha cambiado, ¡un giro rotundo…! ahora ya estas en la vida eterna que con lo místico que eres seguro que hasta te la crees y todo. Creé ese personaje para poder acercarme a ti, esa triste mujer llorosa que te sedujo, esa mujer a la que su marido buscaba para matarla, te convertiste en mi sombra desde el primer momento, no me negarás que te he manejado a mi antojo, tú te creías que me seguías pero era yo quien iba a por ti, el orden de los factores no alteró la circunstancia. No sabía si daría resultado pero no me importaba, tenía más personajes para sorprenderte, soy una mujer de recursos y alguno de ellos hubiera funcionado, pero esta pobre mujer, María López, consiguió enamorarte, ¡que bonito nombre!, ¿verdad?
Me crió una mujer de origen español que se llamaba así, gracias a ella hablo el idioma desde bien pequeña, los fallos que tuviera seguro que tú no ibas a notarlos, por que no eras tan culto. Ahora soy una mujer famosa, la policía de todos los estados me busca, se habla de mí en toda la prensa, no me negaras que no soy buena matando y creando situaciones y efectos. Hago lo mismo que tú, pero lo mío es la realidad. Con el paso del tiempo se hablará de mi original manera de asesinar y de mi genial puesta en escena, llegaré a ser tan famosa como cualquiera de vosotros, todos pasaremos a la historia de los EE.UU. Con tu muerte he subido un peldaño, en breve regresaré pues tengo aún mucho trabajo, he de seguir con la trama negra que sin pretenderlo está resultando apasionante, me hace crecer y eleva mi autoestima. Tiene a todo el país en vilo y a más de medio mundo pendiente de los asesinatos de la mujer rubia. No existe espectáculo más inquietante que la visión de vuestros cuerpos con la pequeña daga asomando sobre vuestro cuello envueltos en el más glamouroso aroma de un perfume legendario… Pero antes de marcharme he decidido hacer una visita importante pues ya que estoy en España no me cuesta nada acercarme a Madrid y tener un encuentro con Pedro Almodóvar, me gustaría sorprenderle… estoy convencida de que My sin le va bien a su tipo de piel.
Nota del autor
Confío en que todos los directores a los que me he cargado en este relato no se lo tomen a mal y si llegaran a leerlo lo disfruten tanto como he disfrutado yo escribiéndolo. Si los he matado ha sido con todo mi respeto. Con sus ficticias muertes sólo he pretendido alargarles la vida para que continúen en activo y sigan regalándonos lo mejor de sí mismos, deleitándonos tanto como lo han hecho en sus anteriores películas. Larga vida a los reyes.
Pepe Calvo