Relatos a la carta de Ángeles Ruiz
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El último salazonero
‘Deje que me presente, aunque a estas alturas ya debe saber que me llamo Vicente Leal, tengo 57 años y mi corazón no funciona bien. Soy catedrático de atunes, nací en Benidorm, tierra de ilustres navegantes, capitanes de almadraba y calafates.
Firmado: Vicente Leal
El anestesista se acercó al paciente que todavía estaba medio atontado por el Diazepam que le habían administrado en la habitación. Se percató de que tenía un papel sobre el pecho, era un folio escrito con letra infantil, lo leyó, lo dobló cuidadosamente y lo guardó en el bolsillo de su bata. Cuando a punto de comenzar la intervención el cirujano entró en el quirófano, el anestesista le dijo: – Doctor, debe leer esto antes de comenzar el transplante.
Isla de los ciegos al color
Sergio Sierra se quitó las gafas y cerró el libro con una mueca de satisfacción. Lo había rescatado entre una montaña de ejemplares de segunda mano en una librería de lance. Le llamó la atención su curioso título “La isla de los ciegos al color”. Narraba las experiencias de un reputado neurólogo, liver Snack, a cuya consulta llegó un día un pintor que tras un accidente automovilístico había perdido la capacidad de percibir el color y padecía una singular enfermedad llamada acromatopsia. Después de toda una vida con visión cromática, el pintor no podía soportar su nueva situación al sentirla empobrecida y grotesca, al punto que definía su existencia como “plomiza”.
– ¡Mira papa, lo he dibujado para ti!
Era una naranja. Una enorme, redonda y perfecta naranja.
– Pero hija mía, esta naranja es azul.
– Si papá, ¡es mi color preferido! -exclamó la chiquilla.
El crítico
La visita se produjo cuando Daniel Frías y Rafa Molina ya estaban alertados sobre la posible inspección. Aparecer en esa prestigiosa guía internacional suponía mucha responsabilidad pero a la vez era un espaldarazo importante para el negocio. Aunque los críticos no se identificaban, un compañero de profesión que desenmascaró al inspector les había informado de que llevaba unos días en la zona. Les facilitó su descripción; parecía una persona muy seria, de unos 50 años, era calvo, bajito y regordete, con una tripa prominente, vestía de manera formal, arrastraba un ligero acento catalán, siempre se presentaba en el restaurante solo y lo más importante, tenía la costumbre de tamborilear con los dedos en la mesa cuando se impacientaba.
—¡Imposible! —sentenció Rafa— Es mi plato estrella. He elaborado ese fondo con los mejores pescados y lo he probado dos veces antes de incorporar el arroz ¡Ese tío no tiene ni idea!
Rafa era una persona amigable y divertida pero cuando le contradecían, sobre todo en materia gastronómica, tenía tendencia a alterarse.
—No pasa nada, —contestó Dani para tranquilizarlo— estamos haciéndolo bien.
—Pero Dani —continuó Rafa— en absoluto tiene razón ese crítico. Ya sabes que bordo los arroces y no hay comensal que no los celebre.
—Tranquilo, es una opinión, desacertada, pero su opinión, sigamos cocinando— zanjó Dani.
Con los preciosos minutos empleados en la conversación y el creciente nerviosismo que ahora se palpaba en el aire, la siguiente preparación que debía presentarse en la mesa, iba ligeramente retrasada. A cualquiera la espera le habría parecido normal pues no excedía demasiado el tiempo lógico de espera. Pero al crítico… ¿qué le parecería al crítico?
– ¡Tamborileaba, tamborileaba sobre la mesa cuando le he servido!
—Si quiere puede pasar a la cocina —le dijo el camarero— así conocerá nuestras instalaciones. Le acompaño.
El hombre, sin presentarse, saludó a los cocineros por sus nombres, con cierta familiaridad, como si ya los conociera o tuviera referencias de ellos.
—¿Qué tal ha comido usted? —Le preguntaron.
—Bueno… —dijo, con un ligero mohín de desagrado— el arroz no estaba en su punto y el fumet de pescado que han utilizado en su elaboración no tenía la calidad que la casa se merece. También se apreciaba que estaba demasiado condimentado, tal vez un exceso de ñora, ese pimiento de bola que tiene tanta presencia en los arroces alicantinos, me desagrada su sabor predominante que eclipsa los matices del resto de los productos. Además tenía un color amarillo demasiado intenso como si hubieran utilizado demasiado colorante y no hubiera ni trazas de azafrán. Por cierto, imperdonable, el helado ha llegado a la mesa prácticamente derretido —sentenció.
—Me va a disculpar —dijo Rafa— pero lamento no coincidir con su apreciación en el arroz, el grano estaba en su punto exacto de cocción, la ñora es fundamental en ese plato y en cuanto al fumet, los pescados con los que estaba elaborado eran de primera calidad, los he comprado yo personalmente este mañana y han llegado al restaurante prácticamente vivos.
—Lamento contradecirle, pero ese arroz no estaba bien ejecutado —replicó arrogante el hombre.
—Mire, señor —dijo Rafa subiendo más de la cuenta el tono de voz— no tiene en absoluto razón. Llevo toda la vida elaborando arroces, es más, mi madre me parió mientras estaba haciendo una paella, antes de añadir los granos, me trajo al mundo y continuó cocinando.
—Perdone, pero usted no admite crítica alguna— contestó el hombre visiblemente alterado por el cariz que estaba tomando la conversación.
—Admito una crítica seria y fundamentada, pero no es el caso —respondió Rafa colocando sus brazos en jarras sobre la cintura, levantando los talones y apoyándose sobre la punta de los dedos de los pies en un gesto que le hacía parecer más grande.
—No se preocupe señor —comenzó Dani su parrafada— es lógico que nuestra comida pueda parecerle muy condimentada, porque deduzco de su acento que no es usted de la zona, tal vez tenga otras costumbres, y el arroz es un plato muy peculiar. Personalmente considero que es el plato más discutido de cuantos existen, si algún alicantino le invita a su casa a comerlo, puede opinar abiertamente sobre si le ha gustado o no, si el punto de cocción es el adecuado y si le falta o sobra algún ingrediente, sin que el anfitrión se sienta molesto. Esto que en otros lugares podría considerarse una falta de cortesía, aquí no lo es, estamos acostumbrados a…
El hombre que ya no parecía dispuesto a avenirse a razones, colérico, con el rostro rojo como un tomate, y apretando los nudillos, interrumpió a Dani.
—Pues mire, ya no le digo que el arroz no me ha gustado n-a-d-a de n-a-d-a, le digo que era una birria de arroz.
En décimas de segundo, Rafa dio un salto, colocándose tras aquel tipo, llevaba un rodillo de amasar en la mano. Dani lo miró alarmado y solo tuvo tiempo de decir “¡No Rafa, no…!”
El golpe sonó seco, y el hombre, aturdido, calló al suelo.
El camarero entró de nuevo en la cocina. En cuanto se percató de la situación se puso pálido y comenzó a sudar. Con un hilo de voz apenas perceptible acertó a decir “Acaba de entrar en el restaurante otro señor de unos cincuenta años, viene solo, es calvo, bajito y regordete, su tripa es prominente y mientras solicitaba mesa, tamborileaba impacientemente con los dedos sobre el mostrador”.
Ángeles Ruiz
Periodista y escritora
www.angelesruizgastronomia.com
Fotografías
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